sábado, 29 de septiembre de 2007

Plegaria por los imbeciles

Permitan que mane de mi corazón de lobo sentimental una oración que varias veces ha subido hasta mis labios durante estos días. No podría vivir tranquilo ni un días mas si no saliera de mi, precisamente de mi un acto de contrición, una publica prueba de afecto: ¡Permitan que por lo menos una vez, rece por todos los imbéciles del mundo!Cuando los contemplo reunidos en las calles, los bares, los cines o en los autobuses, se apodera de mí una simpatía grande e invencible y tengo que reprimir la tentación de darles un abrazo y de besarles las manos. En aquellos momentos mi compasión es realmente infinita y debo esconderla bajo la más brutal dureza para no humillaros más de lo necesario.Cuando pienso en lo que les falta y les faltará durante toda la vida, en las emociones que no sienten, en las verdades que no entienden, en la belleza que se les escapa y en el valor que les falta, yo, que no tengo las lágrimas fáciles, tendría, en serio, ganas de llorar. Pasan por el mundo sin penetrar en el alma de sus mujeres, ni en la de sus compañeros y ni aun en la suya, en vuestra infinitamente pequeña alma. Yo se que cuatro, cinco, diez ideas os bastan para toda la vida, para todos los usos cotidianos, para el día y la noche, para la amante y el peluquero, para hablar o escribir y que en su cerebro, sin ventanas por el lado del cielo, no entran sino las verdades comunes a los demás.Yo se con matemática certeza, que ven con el pensamiento y los ojos de otros y que admiran solo aquello a lo que los demás pusieron el sello de la fama.
A mí que me importa si se ríen antes que los demás de este amor puro platónico. Son necesarios a la humanidad y a nosotros mismos los que tenemos un poco de inteligencia que tenemos necesidad de ustedes y de su desaprobación. Han naufragado para que nosotros pudiéramos emerger; se rebajan para que podamos subir. Permítanme que siga rezando por su alma, imbéciles convencidos e innumerables.No hay ninguna ley que prohíba tener piedad de los felices. Y ustedes, imbéciles de mi alma, son felices, tremendamente felices. Tanto que tiemblo por su vida futura, porque no se prometió el cielo a los felices de la tierra.Permítanme pues, que rece por ustedes, imbéciles preciosos y deseables. Celebro y alabo al Señor para que les dé lo que piden y para que sus deseos sean escuchados sin dilación. Todos menos uno: que su Imbecilidad se transforme en Inteligencia. En tal caso se volverían parecidos a mí y por eso serian mis rivales y adversarios. Tal como ahora son me parecen perfectos.
Elevamos una plegaria por su perpetua conservación: Continúen, sigan, insistan, sumérjanse en la imbecilidad ¡ No traicionen su destino y nuestra esperanza!... Así sea.