sábado, 7 de febrero de 2009

Infancia

Hubo un tiempo en la que todos los niños que vivían cerca de mi casa y yo, nos reuníamos para jugar las cáscaras de fútbol, había entre nosotros prodigios que nos inspiraban a levantarnos después de una zancadilla pero que cuando crecieron se volvieron borrachos y maleantes drogadictos.


De repente llegaban vecinos de las colonias adjuntas para jugar fútbol contra nosotros, desde pequeños les metieron en la cabeza la rivalidad de las colonias, “el mas fuerte será recompensado con la gloria entre sus semejantes bondojeros” o fuenteros o “de la paloma” como se hacían llamar.
Parecido, pero menos profesional.

Muchos jugadores en busca de fama pasaron por esa cancha improvisada, algunos medio recordados, muchos mas ni su cara me es familiar, sin embargo, hubo uno que era diferente, no en habilidades; el no podía hacer un triple sombrerito, el no sabia romperte la cintura con un amague, el no hacia tropezarte con un drible, el no pateaba el balón con fuerza ni destreza, el no era portero, intentaba ser delantero, pero ni siquiera lograba recibir el pase del balón, el no podía hacer un escorpión como Higita, y ni pensar en una cuateminha; el era diferente, por que sus pies eran los mas apestosos de todos los tiempos.
Su nombre era Tai, al menos a ese nombre respondía.
Tai nos contó, que prefería jugar descalzo, ya que los zapatos le estorbaban al momento de controlar el esférico, el corría sin zapatos aun con el suelo frió de invierno que cimbra los tobillos o con el piso ardiente que saca ampollas de los días de verano, el era fuerte.

No chucha, no tan fuerte...

Una tarde, ya estábamos en el parque esperando a que llegaran todos para empezar a jugar, cuando de repente, a lo lejos esa silueta tan conocida, bajito con el pelo erizado corto y medio meco nos llamó la atención, era familiar excepto por los pies, “es Tai?” nos preguntamos, si era él, pero con un par de tenis, era increíble, en seguida nos imaginamos el primer día de cáscara sin hedor a pies rancios. Fuimos felices en ese momento.

Tai aumentó el paso al cruzar la calle antes del parque, corrió hasta llegar a la acera y entonces dio un salto para librar la pequeña barda que divide el parque de la calle como si los tenis le dieran superpoderes, estábamos sorprendidos.

Al acercarse a nosotros nos dimos cuenta de una horrible realidad, el hedor de sus pies habían derrotado a los tenis, aun con ellos puestos podíamos sentir el apeste hacerse paso entre las agujetas de los tenis de Tai. Lo burlamos por ello y el se reía. Esa fue la última vez que lo vi con zapatos, esa fue la última vez que lo vimos, jamás regresó a jugar al parque.

Es extraño que algunas veces se te recuerde por el hedor que emanas, que eso sea lo mas relevante de toda tu vida, el olor a pies.